Por Catalina Flaño
Hace poco me titulé como psicóloga de la Universidad Adolfo Ibáñez. Dado que la universidad así lo exige, tuve la suerte de haber realizado dos prácticas en el área de psicología organizacional; una pre-práctica previa al magíster y una práctica normal una vez egresada. Gracias a estas dos experiencias, tengo ahora la posibilidad de hacer una comparación con algunos fundamentos respecto al valor que puede llegar a tener el hacer una práctica en un lugar como la Plataforma.
Durante mis cuatro primeros años en la universidad, mi plan de futuro era bastante simple: titularme, encontrar un trabajo en recursos humanos, ganar dinero, comprarme una casa, casarme, etc. Más allá de cuestionarme si eso era lo que yo quería o no, no parecían haber muchas más opciones en mi mapa.
Con esta mentalidad comencé mi pre-práctica en el área de recursos humanos de una empresa mediana en Santiago. Podríamos decir que esta era como toda típica empresa mediana o grande: tenía un horario fijo para todos los trabajadores, independiente si terminabas tu trabajo y tenías que calentar el asiento por otras 6 horas. Tenía protocolo de vestimenta semi-formal, lo que no solo implicaba vestirse de acuerdo a tal norma, sino también remover y esconder las perforaciones que estuviesen fuera de ella. Trabajo monótono, sin mucho espacio para proponer cambios ni desafíos… En fin. Un trabajo “normal”.
La idea de trabajar en algo que no amo y no me hace sentido de 8am a 6pm todos los días, para luego salir a correr hasta las 8pm (porque en locomoción también pierdes 1 hora o más), comer hasta las 9pm, e ir a dormir para lograr levantarme y ser funcional al día siguiente, resultaba tremendamente tortuosa. Fue inevitable darme cuenta que esta no era la “felicidad” que se me había prometido si estudiaba y hacía “lo que se espera” que haga.
Así fue como entré al último año, con una gran –GRAN- crisis vocacional. Finalmente lo que te mantiene ahí es la sola idea que ya perdiste 4 años en eso y lo más conveniente en el largo plazo sigue siendo –de todas maneras- tener un título universitario. Una vez más, busqué mi segunda práctica asumiendo que sería lo último que sabría de psicología organizacional y después emprendería otro rumbo al que sí le encontrase sentido.
Fue entonces cuando tuve la suerte de ser invitada a participar en Plataforma Áurea. No voy a decir que me encanté instantáneamente, ni que encontré enseguida el sentido que había estado buscando… pero mirando hacia atrás, finalmente sí sucedió.
Desde el minuto 1 (inclusive en la entrevista para entrar) todo era incertidumbre. Es como si te apagaran la luz y por minutos no vez nada hasta que tus ojos se acostumbran a funcionar en ese ambiente particular. Así mismo fue con la Plataforma.
No tenía horarios fijos, no tenía un cargo o funciones concretas, no tenía que seguir un protocolo de vestimenta, no había nadie supervisando todo lo que hacía, a veces era simplemente proponer algo y que confiasen en ti sin siquiera haberlo visto. A veces la respuesta era y es sólo “Juegue”.
Trabajar en la Plataforma fue prácticamente obligarme a pasar por un proceso adaptativo que implicaba:
Leer el entorno y la cultura (ya que no hay un protocolo) para entender cómo se hacen las cosas aquí.Pasar de una actitud pasiva a una autónoma: acostumbrarte a la idea de gestionar tus tareas y tiempos, ya que nadie va a hacerlo por ti.Aprender a confiar en lo que puedes aportar realmente en la organización. Acá nadie va a mantenerte callado, por el contrario, todos esperan a escuchar lo que tienes que decir.Ampliar el “nosotros”: pasar de una visión de “yo y mi trabajo” a “qué aporte puedo hacer yo al nosotros”, y no solo “nosotros Plataforma” sino que “nosotros planeta tierra”.Llevar a la práctica el modelo integrativo que tenemos como base en la Plataforma. Predicar y practicar la integración de las personas, de las ideas, de las tareas, de los modelos, etc.Aprender de los cambios pequeños, no desechar todo lo anterior, sino que tomar lo que sirve y hacerlo mejor con lo que aprendas en el camino. Esto es lo que he llegado a entender como “evolución”.
Si tuviese que resumirlo en pocas palabras, fue aprender, aprender y aprender. Aprender de todo el punto ciego que había tenido durante mi formación: existen empresas a las que les interesan genuinamente cada uno de sus colaboradores, existen empresas que no buscan solo ganar sino también hacer comunidad y cuidar el planeta que nos rodea, existen empresas que permiten unir la vida con el trabajo y tener espacio y tiempo para todos los ámbitos de la persona.
En definitiva, más allá de todo lo que uno puede aprender estando en una organización así, lo que más llena ese vacío que sentí antes es que tiene sentido. Tiene un propósito genuinamente compartido. Realmente no puedo hacer más que sentir orgullo de ser parte de esta organización.
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