Por Omar Cid M.
La noticia televisiva de alcance nacional informó que unos niños se escaparon de un centro del Sename de Playa Ancha en Valparaíso, el hecho se suma a otros difundidos y al escándalo -reciente para muchos de nosotros- sobre la desprotección y sobre-vulneración de los niños ya vulnerados en sus derechos.
En la misma nota, los niños de 13 a 15 años son juzgados en un tribunal por haberse escapado de sus cuidadores; en el juicio nadie los acompaña, ningún adulto responsable que los tenga bajo su cuidado: estaban allí, frente a un juez, solos otra vez, y como punto culmine son sentenciados a volver al mismo centro de donde habían escapado.
Quizás perdí la cabeza, pero no puedo imaginar que no sean considerados como niños a esa edad. Que quieran escapar de sus cuidadores es una pésima señal. El 31% de los niños que llegan a Sename han sufrido maltrato según sus propias estadísticas, el 14% de ellos eran menores de 7 años.
Ahora, nos preguntamos por el tipo de cuidado que están teniendo con esos niños. Los niños escapan de sus cuidadores, lo cual es normal según los testigos, y también lo es el hecho que sean condenados a volver de donde quieren escapar. Esos niños quieren huir de lo que debería ser su refugio. Un infierno exponencial.
Los niños no debieran ser regresados a un lugar donde es probable que sean vulnerados sus derechos, por el simple hecho que son niños. Es un desafío que supera la voluntad de algunas personas y de las mismas organizaciones que conforman esta red. Es un deseo que debiera ser cubierto por una inteligencia colectiva que incluye a organizaciones públicas y privadas, y que nos incluye a nosotros como ciudadanos.
Sé que no puede ser automático, y que la situación conjuga muchos factores entrelazados y co-dependientes; estos niños hablan de nuestras cegueras, de cómo hemos ido aprendiendo a querernos, lo que hemos dañado y que no reconocemos, con lo cual multiplicamos la violencia. Hay factores que interactúan y refuerzan esta situación (la desigualdad, dificultades de acceso a una educación no vinculada al origen social, marginación, patrones de violencia, pobreza material y de las otras). Y, además de los reducidos recursos, habría personas y organizaciones que parecen estar más dedicadas a distraerlos para sus fines particulares que al destino al cual estaban dirigidos.
No podemos exigir el comienzo de un proceso de superación y solución a esta problemática a una sola organización, a una persona y tampoco a la red que la integra. Debemos iniciar un proceso de innovación social con toda la ciudadanía, dado que el riesgo va más allá de recursos gastados o la pérdida potencial de talentos; están en riesgo vidas y con ellas nuestra confianza pública.
Si hacemos algo podríamos ganar mucho más, más que recursos bien gastados, más que recursos bien invertidos. Esfuerzos colectivos que por el solo hecho de intentarlo de corazón podría permitirnos lograr un desafío de innovación pública, un sueño de terminar con la violencia infantil a nivel insospechado. Centrarnos en el desafío que creamos una inflexión en la desaparición de la indigencia y los niveles de pobreza en los niños, aunque sólo sea con ellos.
Podríamos convertirnos en una Holanda austral, no sólo con menos personas encarceladas, sino que tendremos menos niños vulnerados, desarrollando en pocos años un sistema que deja obsoleto y superado nuestro actual sistema de protección.
Crearemos un valor insospechado, una riqueza que abrirá puertas, caminará por las calles, será intransferible, y nos permitirá avanzar en un ámbito que, si no nos acerca al desarrollo como nación, al menos seremos más felices.
Soñar que en un tiempo más no tendremos niños vulnerados en centros donde deberían protegerlos, y en las noticias de esos días nos anunciarán que no queda ningún niño en el Sename.
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