Por Omar Cid M.
¿Quiénes somos?, una pregunta a la que podría sintetizar una respuesta que he escuchado como razonable y muy difundida, hasta cansarme: “somos fruto de decisiones personales, de nuestra personal voluntad, de las acciones que hemos emprendido“ y una característica de este enfoque voluntarioso para responder a ‘quien soy´ tienden hoy a tener un sesgo, una orientación a lo exclusivamente individual.
He ido reforzando la impresión que esta tendencia, dada por “natural y obvia“, guarda ciertas claves, supuestos y al mismo tiempo oculta los finos hilos de lo que hemos aprendido a decir sobre “quienes somos“. Una historia sobre nuestra persona que se perfecciona al ir ocultando palabras y gestos de lo que somos con los demás.
Sé que estoy forzando la imagen con la intención que emerja un polo, un opuesto para vernos. Este relato de “nosotros individuo“ estaría hecha de la pretensión de explicar nuestros resultados y nuestros campos de acciones sólo y exclusivamente desde una vertiente individual. Una explicación, que en hasta cierta medida nos confiere poder, pero su exageración, es decir, creer que lo que somos sólo se debería a nosotros como individuos, y no de lo que hemos sido colectivamente me suena sospechoso por lo grosero. Incluso esta idea, para explicar quiénes somos, también podría ocultar muy bien la cicatriz que nos quedó cuando fuimos separados. Es una explicación que en parte alivia nuestros dolores, tragedias y lo que apreciamos de la vida, porque sólo tienen que ver con cada uno y no con los demás.
Un “cuento“ que nos contamos y que hemos ido acentuando, perfeccionando cada vez que nos lo decimos, un relato que hemos ido sofisticando como un truco de magia (por lo veloz e instantáneo). Y con el tiempo y la práctica desde nuestros primeros años, vamos ocultando palabras, resumiendo, sofisticando gestos, y el relato se transparenta y se hace obvio, para los demás y para nosotros mismos. Una explicación intersubjetiva, que no es particular de alguien, que pertenece al colectivo, que nos dice lo que somos, sin decir que primero fuimos con otros, por arte de magia siempre hemos estado solos.
Una construcción que ha sido inventada por otros, en siglos y continentes diferentes, y que fue adaptada y perfeccionada por este “nosotros” criollo y sostenida por sus beneficios. Pero ¿quiénes somos?, ¿cómo respondemos esta pregunta suspendiéndola sobre lo colectivo?, ¿cuál es la historia compartida que nos constituye como nosotros?, ¿cuál ha sido el contexto en donde hemos aprendido este relato?
Toda esta trayectoria de lo “sobre individual” podría ser muy bien explicada por lo que hemos vivido, por lo que hemos ocultado, por lo que hemos aprendido a no decirnos, lo que supuestamente hemos olvidado, lo que nos agradecemos unos a otros, lo que nos debemos, lo que no fuimos, quizás por la exageración de una vergüenza, por miedo al miedo, por miedo a la tristeza de aquel miedo, por rabia a ese miedo, y así…. nos es más fácil creer que éramos personas sin los demás.
Este relato de quienes somos, lo hemos aprendido y profundizado, por un lado, porque podría alimentar nuestro ego, dentro de la misma carrera de egos que retroalimenta el relato individual, pero además es un relato que se profundiza, que se atiza además porque habría un sesgo solapado de parte de nuestra sociedad, que entiende su política, la forma de organizarnos en donde debe primar lo individual en contraposición a lo colectivo.
“Esto“ sería bueno, tan bueno como un bien público, porque se supone que es mejor para todos, es decir, para el colectivo. Y esa fuerza de ciertos grupos para estimular este relato, esta interpretación, se alimenta de intención, de propósito, quizás no articulado, transparente, casi natural, cubierto de un “cómo han sido las cosas hasta ahora”.
Y hay algunos grupos en nuestra sociedad que difunden lo políticamente beneficioso de esta perspectiva individualista, grupos que, al menos en Chile, lo mejor que hacen es vivir a costa del nosotros más grande, minorías que, en lo público, vociferan el valor ético de esta construcción teórica del individuo voluntarioso, y recogen, al mismo tiempo, el fruto concreto, tangible que genera el colectivo.
El silencio toma el control, la mesa enmudece, y cuando la incomodidad crece, alguien lanza una frase aprendida en lo profundo de nuestras sombras y miedos compartidos: “Es mejor no hablar de ciertas cosas”.
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