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ECONOMÍA DE LA COLABORACIÓN.

Por Omar Cid M.


La economía humana está basada en organizaciones y esas organizaciones han ido cambiando.  En un principio todas estaban basadas en la caza y la recolección, hasta hace unos miles de años la mayoría se ha estado sosteniendo en la agricultura y sólo algunas han evolucionado desde la industria militar a la economía del conocimiento en las últimas décadas. La forma de generación de bienestar de nuestras organizaciones también ha ido cambiando a nivel global.

Las organizaciones de nuestras economías han evolucionado con nosotros, se han extendido y complejizado desde aquellas que llamamos tribales y reinos a ejércitos, empresas, corporaciones, ciudadanía y redes. En las más exitosas el denominador común es la colaboración.

Algunas de estas organizaciones han evolucionado dentro de otras más complejas y más grandes, como reinos, imperios y naciones. La velocidad para proyectar e ir facilitando la emergencia de la metaorganización que sostiene a las otras organizaciones, ha sido crucial para su éxito y también ha sido un proceso evolutivo. Esto ha permitido a algunas de ellas y también a sociedades alcanzar estados de complejidad y de bienestar distintos. Algunas de estas organizaciones que  llamamos sociedades–naciones han dominado la economía en los últimos 500 años.

Desde en el siglo XVI, las economías estuvieron asociadas a sus sociedades y muchas de ellas a la industria militar, que servía para sostener ejércitos que ayudaban a garantizar los flujos económicos por la fuerza. Esto empezó a cambiar desde la segunda guerra mundial, casi al legar a la mitad del siglo XX, en buena parte porque aún no ha habido una tercera guerra y los niveles de violencia global, basado en conflictos bélicos, han disminuido gradual y constantemente.  

Desde fines del siglo XX y principios de este, las guerras han sido más bien económicas, sociedades-naciones compitiendo a nivel global con sus industrias, para saber cuál era la más próspera, la más rica, la más poderosa, sus empresas tienen bandera y están ligadas sofisticadamente a sus estados, ciudadanía y universidades, y desde ahí viajan por el mundo con una nacionalidad.

Los altos niveles de generación de valor (innovación) de algunas sociedades se expresan en un alto volumen financiero, de riqueza, y ese valor financiero es usado de tal forma por ellas mismas, que les permiten generar las condiciones para que esos niveles se sostengan y se eleven aún más. Las mismas sociedades que se registran en los primeros lugares de los mejores indicadores de bienestar: salud, educación, seguridad, ingresos y sostenibilidad invierten en salud, educación, seguridad, innovación y sostenibilidad.

Algunas se sostuvieron en su industria militar, otras evolucionaron a la industria civil, a los mercados, al comercio de artefactos, unas pocas compraron las condiciones con petróleo u otro oro, pero todas, todas invirtieron en educación.

Economías sostenidas en la colaboración para ser competitivas en esta nueva guerra global, economías basadas en la producción de artefactos que requerían la colaboración dada su creciente complejidad, una herencia de la temida tercera guerra que no aún no llega.

Y Chile ¿cuáles son nuestros artefactos?, ¿qué productos de nuestra inteligencia colaborativa queremos ofrecer para el bienestar global?, son pocos y desde hace tiempo, con poca colaboración compleja.

Nosotros, en Chile, hemos tenido algunos intentos de industrializarnos a partir de las grandes crisis extractivas de principios del siglo XX, y siguiendo ciertas recetas de desarrollo industrial. Pero hoy, otra vez nos enfrentamos a una crisis de commodities, otra vez perdemos en las olimpiadas de generación de valor, al mismo tiempo que tenemos un bienestar desigual, baja inversión, y una economía que nos hace ser insostenibles.

Y esto porque se nos hace difícil organizarnos mejor si no invertimos en las capacidades y conocimientos colectivos, y para ellos necesitamos colaborar. Colaborar para aprender, para diseñar, producir y disfrutar. Ahora las soluciones productivas con mayor impacto y resultados son las que están orientadas a generar bienestar global y que exigen mayor colaboración.

Los espacios de competencia, en especial en los mercados, (pero también hay en los deportes y en los premios nobel),  se sostienen en una colaboración mayor entre las organizaciones y sus redes, dentro de  estas sociedades donde la competencia está al servicio de la colaboración, y dentro de cada uno de sus componentes la colaboración vuelve a ser una práctica de generación de valor. Los más competitivos son a su vez, los más pacíficos, los con mayor bienestar.

Para el economista Ha-Joon Chang es un error confundir la riqueza financiera con “desarrollo económico”. El desarrollo es al mismo tiempo una expresión de inversión y bienestar, y uno de sus resultados es el promedio simple de los ingresos de los habitantes de una nación, pero es uno de los datos, no se le puede arrogar el sentido ni la forma de cómo avanzar en él.

Chang sostiene que el desarrollo se logra cuando “mejora su capacidad de organizarse en emprendimientos innovadores y logran transformar el sistema productivo”. Y esto depende de la generación de valor que se le atribuye a una fuerza de trabajo preparada.

Y esta particular “productividad”, depende de la forma en que están organizadas las empresas y las instituciones de una sociedad, y cuando una de sus organizaciones, según Mazzucato,  más complejas como el Estado: “se propone enfrentar problemas complejos (como llegar a la Luna) desata procesos que no se logran sólo con la iniciativa privada”.

Mazzucato devela que “El avance de apple como empresa innovadora no se debe a la arriesgada inversión de un empresario valiente, sino más bien a una inversión proyectada en el largo plazo de un funcionario orientado al interés público”, de un funcionario orientado a la competitividad para al bienestar de su sociedad, desde un escritorio en la organización más compleja que esa sociedad podía crear, el estado.

Y ese esfuerzo ha sido dentro de una red de colaboración que se retroalimentaba, en redes de organizaciones públicas y privadas que podían difundir y desarrollar aún más esas nuevos conocimientos y tecnologías a través de la economía para producir valor y bienestar.   También es el caso de Inglaterra, Alemania y Japón, ligados en su origen a imperios, pero también en Corea del Sur, Botswana y Letonia, más bien recién llegados en el concierto de naciones prósperas.

Los esfuerzos de estos estados-gobiernos se ha dirigido generar “ecosistemas” que les permitan desarrollar tecnologías en el largo plazo y estas  cada vez más complejas, basadas en una más profunda y sofisticada microcolaboración y que a su vez se han fundado en una macrocolaboración mayor. Y todas en la preparación de los integrantes de esas sociedades.

Hoy las organizaciones están evolucionando,  desde los ejércitos han transitado desde el consumo y la competencia, de a la generación de bienestar e impacto sostenible. Y sus rasgos indican que está evolución se basa más en la colaboración que en la competencia, y si es que hay competencia es para aumentar desempeño y  no en contra de su fin colaborativo. Quizás porque son sociedades y no se ven entre ellos como enemigos.

Un brecha que se puede reducir, dado que muchos de los países que han dado saltos en su desarrollo están sostenidos en las mismas personas que los iniciaron, y esto lo hicieron aprendiendo. Aprendiendo, además de nuevas técnicas,  sobre otros ámbitos más de fondo, que guían nuestra conducta y que nos faciliten colaborar efectivamente para lograr que la cultura, por ejemplo, no sea el destino.

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